12 de noviembre de 2012

Sopa de letras deportivas

Encuentra las 16 palabras deportivas escondidas en la sopa de letras.
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 La GaZeta - Entreteniemientos

El deporte



El deporte es una actividad física que involucra una serie de reglas a desempeñar dentro de un área determinada, campo, cancha, mesa, entre otras; a menudo asociada a la competitividad deportiva y el esparcimiento.

Un beneficio del deporte es que te hace bien a la salud y algo para tener en cuenta es que puede ocurrir alguna lesión dando un mal golpe o con una mala caída.


Verónica Pacagnini
Periodista de La GaZeta 

Escuela Técnica nº 34 D.E. 9º
"Ing. Enrique Martín Hermitte"  

Carolina Mariani



Uno de los emblemas nacionales de judo. Participó en campeonatos internacionales, entre ellos tres juegos olímpicos, fue abanderada en los juegos de Atlanta 96 y obtuvo dos diplomas olímpicos en los juegos de Barcelona 1992 y Atlanta 1996, dio a conocer el judo en todo el país. La GaZeta estuvo con ella y logro hacerle unas preguntas que van desde sus inicios, repasando sus títulos obtenidos y por ultimo dejando un saludo muy especial a una persona muy querida de esta institución. He aquí la entrevista:


La GaZeta: ¿Cuándo empezaste a practicar judo?
Carolina Mariani: Empecé cuando tenía 7 años.

La GaZeta: ¿Por qué elegiste esta disciplina?
Carolina Mariani: En realidad no la elegí. Tenía problemas de conducta cuando era chica y les recomendaron a mis padres que practicara algún deporte. Probé con varios que no me gustaron, por último probé el judo y me encantó.

La GaZeta: ¿A qué edad ganaste tu primer torneo nacional?
Carolina Mariani: ¿Mi primer nacional? Lo gane cuando tenía 10 años en categoría infantil.

La GaZeta: ¿En total cuántas medallas de torneos nacionales ganaste en toda tu carrera?
Carolina Mariani: Habré ganado entre 10 y 15 medallas entre torneos nacionales y no oficiales.

La GaZeta: ¿En cuántos torneos panamericanos competiste?
Carolina Mariani: Y desde 1990 hasta el 2000 fueron unas 15 competencias.

La GaZeta: ¿Y Olimpíadas?
Carolina Mariani: Competí en la de Barcelona 1992, Atlanta 1996 y Sydney 2000. no obtuve ninguna medalla pero me entregaron en Barcelona 92 y Atlanta 96 diplomas olímpicos.

La GaZeta: ¿Te hubiera gustado traer una medalla?
Carolina Mariani: Obvio, es el sueño más lindo de cualquier deportista amateur sin mencionar el campeonato mundial son un desafío personal.

La GaZeta: ¿Aparte de los diplomas tuviste algún otro reconocimiento o premio?
Carolina Mariani: Sí, a nivel nacional dos Olimpia de plata en el deporte, y en general, varias menciones de la confederaciones de judo por mi trayectoria en este deporte.

La GaZeta: ¿A quién admiras o admiraste en el judo?
Carolina Mariani: Una persona que yo admiraba mucho, por su manera de competir era Rioko Tamora.
 
La GaZeta: ¿Y algún rival difícil?
Carolina Mariani: Tenía dos rivales difíciles; a nivel americano era una cubana Lecna Vernecia y a nivel mundial una francesa Marie Claire Rextou.

La GaZeta: Hace 8 años que te retiraste ¿sentís que hubo algún cambio en este deporte?
Carolina Mariani: Me hubiera gustado ver algún cambio desde que deje de competir, pero no hay ninguno. Lamentablemente se acuerdan de un deporte amateur cada 4 años ósea cada olimpiada.

La GaZeta: Algún mensaje para los lectores que practican algún deporte amateur
Carolina Mariani: Que mientras uno quiera haciendo sacrificios se puede lograr mucho, eso no sólo en el deporte sino en la vida.

La GaZeta: Sabemos que conoces a un profesor...
Carolina Mariani: Si al profesor Luis Majúl, fue entrenador mío y de mi marido, le mando un saludo enorme y le deseo lo mejor.

Liza Villalba
Periodísta de La GaZeta

Escuela Técnica nº 34 D.E. 9º
"Ing. Enrique Martín Hermitte" 

11 de noviembre de 2012

Un cuento de fútbol...


A un costado de la cancha había yuyales y, más allá, el terraplén del ferrocarril. Al otro costado, descampado y un árbol bastante miserable. Después las otras dos canchas, la chica y la principal. Y ahí, debajo de ese árbol, solía ubicarse el viejo.

Había aparecido unos cuantos partidos atrás, casi al comienzo del campeonato, con su gorra, la campera gris algo raída, la camisa blanca cerrada hasta el cuello y la radio portátil en la mano. Jubilado seguramente, no tendría nada que hacer los sábados por la tarde y se acercaba al complejo para ver los partidos de la Liga. Los muchachos primero pensaron que sería casualidad, pero al tercer sábado en que lo vieron junto al lateral ya pasaron a considerarlo hinchada propia. Porque el viejo bien podía ir a ver los otros dos partidos que se jugaban a la misma hora en las canchas de al lado, pero se quedaba ahí, debajo del árbol, siguiéndolos a ellos.

Era el único hincha legítimo que tenían, al margen de algunos pibes chiquitos; el hijo de Norberto, los dos de Gaona, el sobrino del Mosca, que desembarcaban en el predio con las mayores y corrían a meterse entre los cañaverales apenas bajaban de los autos.
-Ojo con la vía, alertaba siempre Jorge mientras se cambiaban.
-No pasan trenes, casi, tranquilizaba Norberto. Y era verdad, o pasaba uno cada muerte de obispo, lentamente y metiendo ruido.
-¿No vino la hinchada?, ya preguntaban todos al llegar nomás, buscando al viejo-. ¿No vino la barra brava?

Y se reían. Pero el viejo no faltaba desde hacía varios sábados, firme debajo del árbol, casi elegante, con un cierto refinamiento en su postura erguida, la mano derecha en alto sosteniendo la radio minúscula, como quien sostiene un ramo de flores. Nadie lo conocía, no era amigo de ninguno de los muchachos.
-La vieja no lo debe soportar en la casa y lo manda para acá, bromeó alguno.
-Por ahí es amigo del referí, dijo otro. Pero sabían que el viejo hinchaba para ellos de alguna manera, moderadamente, porque lo habían visto aplaudir un par de partidos atrás, cuando le ganaron a Olimpia Seniors.

Y ahí, debajo del árbol, fue a tirarse el Soda cuando decidió dejarle su lugar a Eduardo, que estaba de suplente, al sentir que no daba más por el calor. Era verano y ese horario para jugar era una locura. Casi las tres de la tarde y el viejo ahí, fiel, a unos metros, mirando el partido. Cuando Eduardo entró a la cancha -casi a desgano, aprovechando para desperezarse- cuando levantó el brazo pidiéndole permiso al referí, el Soda se derrumbó a la sombra del arbolito y quedó bastante cerca, como nunca lo había estado: el viejo no había cruzado jamás una palabra con nadie del equipo.

El Soda pudo apreciar entonces que tendría unos setenta años, era flaquito, bastante alto, pulcro y con sombra de barba. Escuchaba la radio con un auricular y en la otra mano sostenía un cigarrillo con plácida distinción.
-¿Está escuchando a Central Córdoba, maestro? -medio le gritó el Soda cuando recuperó el aliento, pero siempre recostado en el piso. El viejo giró para mirarlo. Negó con la cabeza y se quitó el auricular de la oreja.
-No sonrió. Y pareció que la cosa quedaba ahí. El viejo volvió a mirar el partido, que estaba áspero y empatado. Música dijo después, mirándolo de nuevo.
-Algún tanguito?, probó el Soda.
-Un concierto. Hay un buen programa de música clásica a esta hora.

El Soda frunció el entrecejo. Ya tenía una buena anécdota para contarles a los muchachos y la cosa venía lo suficientemente interesante como para continuarla. Se levantó resoplando, se bajó las medias y caminó despacio hasta pararse al lado del viejo.
-Pero le gusta el fútbol -le dijo-. Por lo que veo.

El viejo aprobó enérgicamente con la cabeza, sin dejar de mirar el curso de la pelota, que iba y venía por el aire, rabiosa.
-Lo he jugado. Y, además, está muy emparentado con el arte -dictaminó después-. Muy emparentado.

El Soda lo miró, curioso. Sabía que seguiría hablando, y esperó.
-Mire usted nuestro arquero -efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra-. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales --se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba-. Bueno... Eso, eso es la escultura...

El Soda adelantó la mandíbula y osciló levemente la cabeza, aprobando dubitativo.
-Vea usted -el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner- el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y siena de los muslos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura.

Aún estaba el Soda con los ojos entrecerrados cuando al viejo arreció.
-Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza...

El Soda procuraba estimular sus sentidos, pero sólo veía que los rivales se venían con todo, porfiados, y que la pelota no se alejaba del área defendida por De León.
-Y escuche usted, escuche usted... -lo acicateó el viejo, curvando con una mano el pabellón de la misma oreja donde había tenido el auricular de la radio y entusiasmado tal vez al encontrar, por fin, un interlocutor válido-... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música...

El Soda aprobó con la cabeza. Los muchachos no iban a creerle cuando él les contara aquella charla insólita con el viejo, luego del partido, si es que les quedaba algo de ánimo, porque la derrota se cernía sobre ellos como un ave oscura e implacable.
-Y vea usted a ese delantero... -señaló ahora el viejo, casi metiéndose en la cancha, algo más alterado--... ese delantero de ellos que se revuelca por el suelo como si lo hubiese picado una tarántula, mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro.

El Soda se tomó la cabeza.
-¿Qué cobró? -balbuceó indignado.
-¿Cobró penal? -abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha-. ¿Qué cobrás? -gritó después, desaforado-. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió?

El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo.
-¿Y eso? -se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo.
-Y eso... -vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra-...Eso es el fútbol.

Un cuento de fúltbol
"Viejo con árbol"
Roberto Fontanarrosa